Ella se llamaba Mar, y
os juro que no era por el azul de sus ojos, ni de los charcos que le encantaba
atravesar. Era despistada, pero de ideas claras, ya sabéis eso de que creía en
sus pasos. Era un metro sesenta y cinco de amor agazapado, era una canción de
domingo cuando la escuchas en sábado. Morena, su pelo caía hasta debajo de sus
hombros, algunos pensaban que la caída de su pelo era la única caída que
querían sufrir en su vida, que saltar al vacío no era nada, si caías por su
espalda. Su espalda, era como si tocarás todos los días una guitarra y no
desafinara, era como saberse cada piedra de un camino y cada vez que lo cruzas
te parece uno totalmente distinto. Casi nunca era tímida y casi nunca pensabas
que respiraba. No era nervios, no era una chica delicada aunque pareciera
sacada de revistas con una gran tirada. Calzaba más de un 36 que es un 37, y
sus piernas andaban con la seguridad de que solo sujetas el momento que pasa.
Nadie sabía porque
pero no había nacido en verano aunque lo pareciera, aunque cada parte de ella
era un Julio que no sabe llegar a Agosto, aunque las gafas de sol fuera lo
último que se quitaba cuando llegaba a casa. Nació en octubre, los meses de
otoño en que nacen los amores que atraviesan inviernos, que hibernan por
momentos. Estudiaba derecho, algunos de sus ex, le decían que estudiaba derecho
para defenderlos de ella misma, de sus prisas y de comerse el mundo cada vez
que le apetecía.
Aunque no tardo nada
en ir a bailar con el, no era tan fácil de conquistar como parecía. No era la
mítica chica guapa que se muere por que alguien se le acerque porque los
intimida. Si ella quería algo lo conseguía. No era prepotencia era seguridad de
verse envuelta, en los asuntos que ella quisiera.
El se llamaba Nicolás
y le llaman Nico para abreviar. Llevaba barba y el pelo descuidado, las manos
tajadas de tocar la guitarra. No era muy alto pero era más alto que ella y con
eso a el le bastaba para picarla en los días en que no pasaba nada. Desde pequeño
quería ser bohemio, le daba vergüenza ser el protagonista de las historias que
escuchaba y por eso se dedicaba a contarlas. Era de los que pensaban que
cualquier día de estos iba a pasar algo, que cualquier brisa de viento se
convertiría en tornado y quizá así lo llevaran volando. Veía corazones en la
cabeza de la gente paseando y aunque no hiciera nada, siempre estaba planeando
algo.
Tenía los ojos
oscuros, sin más, oscuros. Y era todas las eternas promesas que se piensan en
la cama de noche.
Decía que estudiaba la
vida, mientras trabaja en cosas que no le apetecían, para grabar canciones con
gente que no las entendía, para invitarla a bailar al menos ese día.
Para el las
presentaciones no se merecían la importancia que le daban. Que las buenas impresiones
solo eran superficiales, que para conocer de verdad a alguien había que
aprender a mirarlo a plena a vista, y a escucharlo sobre todo cuando las cosas
dolían, pero también en los días que a nadie querían.
Ellos no supieron sus
nombres hasta la 3º cita. El 4º baile y el 2º beso que por la comisura de los
labios de ella caía justo en el momento en el que él de casualidad se lo
recogía.
Iago de la campa @Iagocampa