Eran como escapar siempre hacia atrás mirando hacia
adelante, cometer todos los errores del pasado, cada día, cada tarde, cada vez más
temprano. Lo hacían con otras personas, ni se conocían y después decían que no había
momento que no se habían estado esperando. Él creía en el destino y ella creía
en sus pasos, no se dieron cuenta que caminaban siempre hacia atrás y queriendo
ir a roma, llegaron a amor.
Ni si quiera os he contado como tomaron contacto. Ella
rifaba corazones en la playa donde el sol doraba todos los veranos sus años, él
tocaba la guitarra, ¿cómo no? Y siempre canciones de amores baratos, que no se
cansaban, que no cogían el teléfono para llamarnos.
Todo el mundo creía que ella era la diana de todas las miradas que caían, que se perdían entre arena y agua, pero ella era el dardo. Él se refugiaba en las cosas que no se decían, en piropos que desobedecía, en querer siempre menos que el contrario. Y chocaron.
Todo el mundo creía que ella era la diana de todas las miradas que caían, que se perdían entre arena y agua, pero ella era el dardo. Él se refugiaba en las cosas que no se decían, en piropos que desobedecía, en querer siempre menos que el contrario. Y chocaron.
Él la vio y recibió el dardo, le pregunto que con cuantas
canciones de amor podría sacarla a bailar un rato. Ella contestó que era más de
canciones de desamor, que no se guiaban por lo que podría haber pasado, si no
por lo que sucedía. Que si quería sacarla a bailar que hiciera una noche del
día, que entre arena y sal solo bailan los enamorados, y a ella aún le falta un cubata para decirle que él si era tan guapo y que ella no lo era tanto.
Tocó 3 canciones, a
la media él estaba colgado de esos ojos que miraban sus manos. A la segunda
ella estaba pensando en cómo empezar una conversación cuando terminara de tocar en la que él la
acabara besando y ella se lo pusiera difícil para que no se lo creyera
demasiado. La tercera canción fue de cortesía para el público que sostenía los vértices
de lo que estaba pasando, para los amigos de el que estaban flipando, para las
amigas de ella que estaban suspirando.
Se fueron y se ducharon, fue su última ducha por separado,
quedaron en 1 hora para cenar risas y algún roce que fuera marcando las horas
de un reloj que ya se había parado.
Por supuesto que fueron a bailar y por supuesto que desde
ese momento decidieron que no se iban a volver a despegar. Como en la canción
de Suarez cada paso era un apriétame más, y no se daban cuenta que hace unas
horas no se conocían, que estaban perdidas ya sus memorias. Él la tenía
dibujada a ella en su pupila cuando cerraba los ojos por las luces de cualquier
discoteca y ella era el dardo que se había clavado en su pecho pidiendo otra melodía,
un me-dolía que empezaría esa noche y que abarcaría más capítulos de esta historia.
Iago de la campa @Iagocampa
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